Los llamamientos del obispo Mario Melanio Medina a favor de
conformar una alianza electoral entre el PLRA y la izquierda constituyen una
desacertada intervención suya en la vida política del país. Efectivamente, los
pastores de la Iglesia Católica, por la naturaleza de su misión, se deben a
todos los miembros de la feligresía, sin distingos de origen ni pertenencia
partidaria de ningún tipo. No se trata ni mucho menos de “arrinconar a la
Iglesia en sus templos”, como denunció el papa Juan Pablo II. La doctrina de la
Iglesia puede y debe iluminar el orden temporal, para elevar la dignidad
humana, denunciar la corrupción, condenar la represión, promover el respeto por
la justicia, la libertad y los derechos humanos. Lo que no caben son
injerencias en ámbitos de carácter estrictamente político, que hacen a la
actividad de los laicos.
Los llamamientos del obispo de San Juan Bautista, monseñor Mario Melanio Medina, a favor de conformar una alianza electoral entre el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y la izquierda constituyen una desacertada intervención suya en la vida política del país. Efectivamente, los pastores de la Iglesia Católica, por la naturaleza de su misión, se deben a todos los miembros de la feligresía, sin distingos de origen ni pertenencia partidaria de ningún tipo: a colorados y liberales, a conservadores y progresistas, a ricos y a pobres, a olimpistas y a cerristas, a todos y a todas.
Como prelado de la Iglesia, consideramos que monseñor Medina no puede dejar de tomar como regla de conducta lo que la propia institución religiosa a la que pertenece enseña. En este sentido, el Concilio Vaticano II, a través de la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, que reflexiona “Sobre la Iglesia en el mundo actual”, prescribe que “la misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso”.
El documento señala, igualmente, en su número 76: “La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana”.
Si en el orden de la institución religiosa a la que monseñor Medina pertenece, los principios apuntan en el sentido de que el obispo se debe a todas las personas y no a un sector específico de la sociedad, la norma fundamental que rige las relaciones de la esfera confesional con la civil en nuestro país es nuestra Constitución Nacional, en cuyo artículo 24 se prescribe: “Las relaciones del Estado con la Iglesia Católica se basan en la independencia, cooperación y autonomía”, por lo tanto, cualquier incursión de una sociedad en otra es impropia.
No se trata ni mucho menos de “arrinconar a la Iglesia en sus templos”, como denunció alguna vez el papa Juan Pablo II. La doctrina de la Iglesia puede y debe iluminar el orden temporal, para elevar la dignidad humana, denunciar la corrupción, condenar la represión, promover el respeto por la justicia, la libertad y los derechos humanos. Lo que no caben son injerencias en ámbitos de carácter estrictamente político, que hacen a la actividad de los laicos.
Por lo demás, la experiencia histórica reciente nos demuestra cuán perjudicial puede ser para el país la incursión del ámbito religioso en lo político-partidario, y nos referimos puntualmente a la candidatura presidencial, primero, y el ejercicio de la Primera Magistratura, después, de Fernando Lugo Méndez, exobispo de San Pedro.
En 2007, con espíritu de corte netamente electoralista, monseñor Medina apuntaló políticamente la candidatura presidencial de su hermano en el episcopado. El viernes 23 de febrero de 2007, por ejemplo, sostuvo: “Fernando Lugo tiene popularidad, arrastre; no se va a vender, y eso ahonda el terror y el temor de los colorados (…) Si Fernando Lugo llega con la concertación, con todos los partidos unidos, es casi seguro que habrá cambio en el Paraguay”.
Conviene recordarle a monseñor Medina que, a pesar de que Lugo no tenía trayectoria política alguna, la acogida favorable que tuvo por parte de la ciudadanía fue precisamente por su carácter de pastor de la Iglesia Católica, en el entendido de que se trataba de una persona que, por su investidura, no estaba salpicada por hechos de inmoralidad y corrupción, y que se iba a dedicar a gobernar para todos los paraguayos, sin distingos ideológicos de ningún tipo.
Bien pronto, sin embargo, con desconsoladora sorpresa, las paraguayas y los paraguayos pudimos certificar la pésima catadura moral oculta del presidente elegido. Hijos no reconocidos comenzaron a aparecerle por todas partes, concebidos en la venerabilidad de las sacristías cuando ejercía sus funciones como obispo de San Pedro. Su gobierno, por lo demás, se caracterizó por un sectarismo desembozado, privilegiando a sectores ideológicamente más radicales, animando las invasiones de tierras y la lucha de clases entre la gente de una misma nacionalidad, por no mencionar sino los aspectos negativos más resaltantes de su desastrosa gestión.
La experiencia –que terminó en su justa destitución por el Congreso– fue más que vergonzosa para el país, y la incompatible con su investidura episcopal apuesta político-partidaria realizada en 2007 y 2008 por monseñor Medina resultó no solo incorrecta, sino además un lamentable, altamente perjudicial y bochornoso fracaso que convirtió al Paraguay en el hazmerreír del mundo entero.
Entonces, es de fundamental importancia que las posturas sean justamente aclaradas. De lo contrario, la feligresía en particular y la ciudadanía en general bien pueden considerar que las expresiones del obispo de San Juan Bautista cuentan con el aval del prestigio de la Iglesia Católica y, como la vez anterior, de nuevo ser llamadas a engaño.
Respetando la encomiable y corajuda trayectoria que monseñor Medina demostró en la promoción de la dignidad humana durante los aciagos años de la dictadura stronista, creemos que otra vez su actitud no es la correcta. Y si pretendiera incursionar en el ámbito de la política partidaria, lo lógico y recomendable sería que se despoje de su investidura episcopal, y asuma, de manera personal y bajo su responsabilidad, las posturas que hoy tan ligeramente proclama.
Los llamamientos del obispo de San Juan Bautista, monseñor Mario Melanio Medina, a favor de conformar una alianza electoral entre el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) y la izquierda constituyen una desacertada intervención suya en la vida política del país. Efectivamente, los pastores de la Iglesia Católica, por la naturaleza de su misión, se deben a todos los miembros de la feligresía, sin distingos de origen ni pertenencia partidaria de ningún tipo: a colorados y liberales, a conservadores y progresistas, a ricos y a pobres, a olimpistas y a cerristas, a todos y a todas.
Como prelado de la Iglesia, consideramos que monseñor Medina no puede dejar de tomar como regla de conducta lo que la propia institución religiosa a la que pertenece enseña. En este sentido, el Concilio Vaticano II, a través de la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, que reflexiona “Sobre la Iglesia en el mundo actual”, prescribe que “la misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso”.
El documento señala, igualmente, en su número 76: “La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana”.
Si en el orden de la institución religiosa a la que monseñor Medina pertenece, los principios apuntan en el sentido de que el obispo se debe a todas las personas y no a un sector específico de la sociedad, la norma fundamental que rige las relaciones de la esfera confesional con la civil en nuestro país es nuestra Constitución Nacional, en cuyo artículo 24 se prescribe: “Las relaciones del Estado con la Iglesia Católica se basan en la independencia, cooperación y autonomía”, por lo tanto, cualquier incursión de una sociedad en otra es impropia.
No se trata ni mucho menos de “arrinconar a la Iglesia en sus templos”, como denunció alguna vez el papa Juan Pablo II. La doctrina de la Iglesia puede y debe iluminar el orden temporal, para elevar la dignidad humana, denunciar la corrupción, condenar la represión, promover el respeto por la justicia, la libertad y los derechos humanos. Lo que no caben son injerencias en ámbitos de carácter estrictamente político, que hacen a la actividad de los laicos.
Por lo demás, la experiencia histórica reciente nos demuestra cuán perjudicial puede ser para el país la incursión del ámbito religioso en lo político-partidario, y nos referimos puntualmente a la candidatura presidencial, primero, y el ejercicio de la Primera Magistratura, después, de Fernando Lugo Méndez, exobispo de San Pedro.
En 2007, con espíritu de corte netamente electoralista, monseñor Medina apuntaló políticamente la candidatura presidencial de su hermano en el episcopado. El viernes 23 de febrero de 2007, por ejemplo, sostuvo: “Fernando Lugo tiene popularidad, arrastre; no se va a vender, y eso ahonda el terror y el temor de los colorados (…) Si Fernando Lugo llega con la concertación, con todos los partidos unidos, es casi seguro que habrá cambio en el Paraguay”.
Conviene recordarle a monseñor Medina que, a pesar de que Lugo no tenía trayectoria política alguna, la acogida favorable que tuvo por parte de la ciudadanía fue precisamente por su carácter de pastor de la Iglesia Católica, en el entendido de que se trataba de una persona que, por su investidura, no estaba salpicada por hechos de inmoralidad y corrupción, y que se iba a dedicar a gobernar para todos los paraguayos, sin distingos ideológicos de ningún tipo.
Bien pronto, sin embargo, con desconsoladora sorpresa, las paraguayas y los paraguayos pudimos certificar la pésima catadura moral oculta del presidente elegido. Hijos no reconocidos comenzaron a aparecerle por todas partes, concebidos en la venerabilidad de las sacristías cuando ejercía sus funciones como obispo de San Pedro. Su gobierno, por lo demás, se caracterizó por un sectarismo desembozado, privilegiando a sectores ideológicamente más radicales, animando las invasiones de tierras y la lucha de clases entre la gente de una misma nacionalidad, por no mencionar sino los aspectos negativos más resaltantes de su desastrosa gestión.
La experiencia –que terminó en su justa destitución por el Congreso– fue más que vergonzosa para el país, y la incompatible con su investidura episcopal apuesta político-partidaria realizada en 2007 y 2008 por monseñor Medina resultó no solo incorrecta, sino además un lamentable, altamente perjudicial y bochornoso fracaso que convirtió al Paraguay en el hazmerreír del mundo entero.
Entonces, es de fundamental importancia que las posturas sean justamente aclaradas. De lo contrario, la feligresía en particular y la ciudadanía en general bien pueden considerar que las expresiones del obispo de San Juan Bautista cuentan con el aval del prestigio de la Iglesia Católica y, como la vez anterior, de nuevo ser llamadas a engaño.
Respetando la encomiable y corajuda trayectoria que monseñor Medina demostró en la promoción de la dignidad humana durante los aciagos años de la dictadura stronista, creemos que otra vez su actitud no es la correcta. Y si pretendiera incursionar en el ámbito de la política partidaria, lo lógico y recomendable sería que se despoje de su investidura episcopal, y asuma, de manera personal y bajo su responsabilidad, las posturas que hoy tan ligeramente proclama.
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